Cada 15 días suelo dejarme caer 1 ó 2 veces por la oficina, según sea necesario o totalmente necesario. Esos días tengo que levantarme 1 hora y media antes, coger un autobús y pegarme una paliza de viaje de unas 2 horas en total ida y vuelta. Además es posible que en el autobús de ida viaje acompañado de mi amiga la gripe.
En estos gélidos días llego tapado con más capas que una cebolla y tengo que hacer un striptease para quedarme casi en camiseta, porque la calefacción de la oficina se pone como si hubiera que derretir el círculo polar ártico a distancia. Ahí es cuando sabes que si en el autobús de la ida no te has hecho amigo de la gripe, a la vuelta casi seguro tienes que guardarle un asiento al lado del tuyo.
Una vez sentado en la silla es difícil trabajar con la misma productividad que cuando trabajo desde casa. Tomas cafés con los compañeros que hace tiempo que no ves, te reúnes para temas de dudosa importancia y el ruido de la oficina no es el silencio de tu habitación.
Las toses son el hilo musical de la oficina. Sólo queda esperar que esa banda sonora sea para escucharla y no para cantar en ella, aunque es difícil con todo ese coro "animándote" :-).
Acaba la jornada y de vuelta al autobús. Llegas cansado a casa, con la sensación de haber perdido casi un día de trabajo pero por lo menos haber visto a los compañeros. Y de repente... ¡Cof, cof! (vamos, que toso). Ahí está, he traído a mi amiga la gripe a casa.
Menos mal que mañana teletrabajo desde casa y me pondré mejor.
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